La niebla acariciaba el suelo. Sus pasos acercándose provocaban remolinos serpenteantes sin fin.
Al llegar, su aliento calentó suavemente mis labios, mientras susurraba lentamente: -No sufras, ya estoy aquí.
Mis ojos bajaron buscando su mano, pero esta alzada señalaba al Sol. Un Sol pálido, protegido por la niebla, que no podía hacer sombra a su mirada; ni aunque sus ojos cerrados rechazaran derretir el tiempo.
- Te esperaba, desde hace tiempo - dije mientras me entregaba finalmente al último de mis viajes...
viernes, 23 de marzo de 2012
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