"La Factoría" se encontraba ante mis ojos, como en un día mítico, de los antiguos. El cansancio después de trabajar desde las cinco de la mañana, se disipó en el momento en que el agua penetro por el traje y se unió a mi piel. Series de un verde hawaiano pasaban a mi lado como trenes a vapor, lentas, pero haciéndose notar. Al llegar al pico, supe que sería un gran baño y el único surfer que había en la playa, decidió salir. Sólo. Paz Surf. Cada brazada la sentía como si no fuera gratis. Derechas juguetonas se abrían a mis pies, y yo las corrí todas. Las remontadas eran suaves pero largas. Subiendo olas de la serie, tranquilo. Picando labios transparentes, y recordando las ciento y una mil veces que remé por esas mismas coordenadas, latitud y longitud exactas, marcan el camino invisible por el que regresaba al sitio donde debía estar. En mi cabeza, recuerdos de baños pasados. Caras y voces que hoy, tristemente, no me acompañan. Un momento para acordarme que sería perfecto si saliera el sol, y de repente, como escuchándome, aparecen sus rayos para blanquear las espumas y clarear las paredes. Trescientas olas y miles de recuerdos después, llegó Edu. Con el tiempo justo de verme la última de las grandes derechas que disfruté. Me alegraba. Con Edu siempre me río, pero por otro lado, hoy el baño, pedía silencio. Al cabo de un rato, las olas desaparecieron, el sol se ocultó y salimos entre risas.
Parece una tontería, pero desde hace cinco o seis años, que surfeo en solitario de vez en cuando, paso mucho tiempo en el pico pensando en mis amigos. Y de todos estos baños, este es el segundo en que, inocentemente, siento una parte de ellos surfeando conmigo.
No será fácil hacer desaparecer de mi memoria las olas de hoy. Un Gran Miércoles.
Hoy estaba para estar sólo. Y lo estuve.
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