viernes, 24 de enero de 2014

BARRIOS

Tras una noche parda, me fui a casa siguiendo la ruta habitual.
Mi corazón latía bruscamente todavía, y las luces azules dejaban entrever un horizonte despejado al sur de la ciudad.
Me sentía bastante bien viendo como las sombras iban apareciendo por el suelo y las paredes.
Los pantalones sucios y a medio subir, la camisa desabrochada y el primer rayo de aquel sol despiadado me azotó el pecho, justo cuando parado enfrente de una tienda de objetos usados, encendía el primer cigarrillo del día, que coincidía con el último de la noche.
Me rasqué la cabeza amodorrado mientras comencé a caminar de nuevo. Portales abriéndose estrepitosamente y gritos en el interior de las casas bajas del vecindario. No era este un buen barrio, pero ya estaba hecho a sus calles y a sus leyes. Recuerdo los gatos.
Había pasado los edificios verdes, donde las chicas ofrecían sus labios en las azoteas a tipos hambrientos y desesperados. Follaban y chupaban bien, pero si no conocías los trámites era difícil que tu cartera te acompañara cuando, saciado, emprendías el camino de regreso a casa.
Veía delante de mi el largo camino que bordeaba el parque, donde todo se compraba y se vendía. Era una feria, un supermercado de lo ilegal.
Decidí parar con los chicos del bloque, no tenía prisa. Le di varios tragos a las litronas que me ofrecieron, y contacté para un posible encargo. Ellos me suministraban los detalles. Yo les ayudaba y a cambio me pasaban algo de pasta y la experiencia necesaria para no sucumbir en mi intento de sobrevivir escribiendo historias, en este lado de la ciudad. Estaba loco, decían siempre. Yo asentía mientras liaba un peta más, y me adentraba en aquel pozo urdiendo planes suicidas otra vez.
Mil veces vi el final, el límite. Siempre colocado, y sin asegurar los garbanzos para mañana no era buena forma de pasar los días. Pero cada vez me decía lo mismo: -Una más. Tan sola una historia más.
Doblando la antigua lavandería llegaba a mi casa. Antes de subir, una visita al viejo puesto de Juancho. Un café para llevar y un trozo de pan caliente con carne y cebolla. Una pequeña charla apoyado al portal con Aliana, la chica del primero. Demasiado joven para la mirada licuada que enamoraba a todo el que con ella se tropezaba, demasiado bonita para aquella calle, demasiado acostumbrada a dejarse probar. Pero pura en mis sueños, y en mis lisonjas mañaneras.
Me acurruqué en el sofá, con aliento amargo y un ligero dolor de cabeza empalagoso como el licor que me había bebido.
Una vez más mi viejo recuerdo me visitó antes de dormirme, y una vez más la alejé de mi descanso.
Ella no había entendido mis motivos, y se marchó. Tan lejos como pudo separarse de mi, así lo hizo. Nunca llegué a buscarla, y sé que estará bien. Y si no lo está, yo ya no puedo hacer nada. -Lo siento amor, el maná dejó de brotar de tu boca, y los otros brebajes a los que me invitas ya no me satisfacen. Bye Bye.-  Y cerró la puerta.
Duermo ya, y el sol entra por las rendijas de la persiana convirtiendo la desordenada habitación en un enjambre de brillos y sombras. Entre ellas destaca la botella acabada, y el trozo último de pan caliente sobre la alfombra.

miércoles, 22 de enero de 2014

EL VIEJO Y EL ARBOL

Y sin embargo me miraba.
Recorrí aquel camino durante los primeros catorce años de mi vida, y seguí observando el árbol con los mismos ojos.
Inmensos surcos lo recorrían de arriba a abajo. Ramas imponentes se retorcían y algunos nudos marcaban en su tronco la huella de los duros temporales del Norte.
Al salir de la oscura curva, y dando patadas a la tierra del sendero, lo veía por primera vez todos los días. Seguía su figura durante un sombrío trecho, y doblaba de nuevo la senda, para perderlo finalmente de vista en una pequeña elevación del terreno. Donde el Sol volvía a templar las tardes.
Hoy lo contemplé maravillado.
Tras varias décadas sin apenas transitar por el antiguo atajo que me llevaba a la pequeña playa del pueblo, donde jugábamos de niños y más tarde amábamos con la luna como vigía, hoy me detuve ante el.
Y por primera vez me di cuenta de su vital apariencia.
Durante años he recorrido diversas partes del planeta, trabajando a veces y divirtiéndome otras. Buscando momentos y sensaciones. Pero muchas veces al acostarme, el dibujo del viejo castaño invadía mis recuerdos. Y detrás de el, el pueblo y sus gentes. Aquellos años fueron los que marcaron el devenir de mi historia, y me dieron el lastre suficiente para no naufragar en los terribles mares que he tenido que surcar durante mis días.
Inconsciente del paso del tiempo hasta hoy. Hasta que este viejo monumento natural me miró a mi. Y no fue de reojo, fue una larga mirada cómplice mientras pasaba. Retorciéndose y crujiendo a mi paso, me escudriñó curioso. Yo paré. Y lo señalé con el bastón: - Te he visto bribón! y por si no bastara he escuchado tus viejos huesos mientras torcías ese usado tronco que te mantiene erguido.
Se quedó inmóvil, pero algo en mi interior me hizo sentir su mirada clavada en los surcos que recorren mi cara de arriba a abajo. Mis maltrechas extremidades, y mi bastón. Confidente fiel de los golpes de mar que da la vida.
Y entonces sucedió. En silencio y lentamente volvió a su posición ancestral, y reposó.
Yo seguí caminando, intentando dar explicación coherente a tan grande enigma. Pero nunca fui capaz.
Jamás se lo conté a nadie, y ninguna otra persona me avisó a mi de otras experiencias similares.
Y sin embargo, y lo recuerdo bien, me miraba!!

martes, 21 de enero de 2014

Y MI LLAMA TE QUEMÓ

Y entre las hojas amarillentas te colaste como un relámpago rompe la visión, brillante y fugaz. Una luz caliente y peligrosa. Y me provocaste sed y sudor frío. Y volé a tu lado como una brizna, flotando en la estela que creaba tu paso en el aire. Y así me impregné de tu olor, y te poseí entre las nubes, suavemente. Y te dominé en las montañas, sobre los valles, mientras los campesinos sonrojados miraban nuestro pasar. Y llegué a someter tu vuelo a mi gobierno. Tu rumbo al mío. Y gocé subido a ti, y te guié hacia el desierto más severo, y te dejé beberme. Y sobre las nieves perpetuas te convertí en hoguera, y mi llama te quemó, y tiznados los dos volvimos a los cirros a descansar. Y vimos la ciudad y sus plazas. Sus gentes y el bullicio, y hacia el volamos para revolcarnos entre el tráfico de nuevo, mientras los peatones voceaban trastornados a nuestro paso. Y en la estatua más alta culminamos nuestra provocativa escena, entre sirenas y bocinas, y gritos de censura.
Y planeando estasiados llegamos al río aquel. Tu y yo, y el amor... y las truchas saltaban, y los sauces acariciaban tu piel fecunda y febril. Y todo parecía estar llegando a su fin, cuando entre convulsiones nos vimos en la playa. Y saboreamos las orillas varias veces. Hasta que el dolor y el placer se hicieron uno sólo. Y deslizándonos entre las olas, alcanzamos el acantilado. Y nos posamos. Y radiante y bella a la luz de poniente, descansaste inmóvil. Y aquel movimiento que nos unía desapareció, y me resbalé. Entre tus hombros, por tu cintura, hasta el final de tus piernas, me resbalé. Y desde el suelo, yo el todopoderoso timonél que creía haber sido, me descubrí insignificante. Yo que me las tenía de trampero, fui trofeo.
Y despojado de la honra, te vi marchar.
Volví al antiguo libro. Entre páginas estaba mi lugar. Hoy la 36, mañana la 53, cumplía mi misión. Y entre lectura y lectura, posado en la mesa del jardín, observaba las alondras recordando aquel trasiego. Aquel ir y venir ligero entre tus plumas de abril.
Mas nunca volviste villana. Te imagino casquivana con cualquier ticket, recibo o  post-it.