jueves, 6 de septiembre de 2012

Baraka

Asido al fin a la barandilla de estribor, sus ojos clavados en el profundo mar que se retorcía bajo sus pies, salpicándolo aún, su mente tratando de dispersar postreros y desoladores pensamientos, el capitán luchó por su vida.
Un último esfuerzo que debería dosificar, pues sentía en sus entrañas, que no tendría fuerzas para otro intento más.
El viento roló, la botavara cambió de lugar, el corazón bombeo y tras tres segundos de interminable espera, el barco basculó. En ese momento los brazos se tensaron y el cuerpo derrotado cayó en cubierta, a salvo.
Extenuado, intentó sonreir, pero la tormenta proseguía. Era el momento de ponerse en pie, aproar y aferrar el timón con fuerza.
Solo. El Atlántico y el. El viento y el. La lluvia y el. Su barco. La lucha. Y en cambio su mente lo trasladaba a miles de millas de distancia, junto a ella. Junto a su playa. En tierra. Otra lucha, otro momento.
Hoy no moriría. Pero mañana era otro día, y todo era posible allí, donde el eligió vivir, en su Baraka, en paz.

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