En Liberia(Tierra Libre), no hay una hora fija para comer, y mucho menos un horario establecido. Sobretodo si viajas sin pasaporte desde Costa de marfil, y pasar desapercibido es tan importante como respirar. Pasé la frontera anoche, en un camión que transportaba madera. Un siete ejes enorme, guiado por un holandés pelirrojo, loco y adicto a una especie de brebaje con sabor a amarula, pero cien veces más potente.
Las inundaciones del año pasado inutilizaron varios puentes. Vadear ríos con un trailer no es algo que quiera repetir.
Me encuentro en Nyaake, al sur del país. Mi tarea, simple y precisa, contactar con Clay. Un británico infiltrado en el gobierno del país, investigando la relación de sus políticos con el narcotráfico proveniente de sudamérica. Sudo impetú salada por todos los poros... todavía respiro.
Exactamente no se como llegar de una manera razonable a mi punto de destino, Monrovia. Desde luego la etnia india que se ve por aquí, es con mucho la que menos asusta a simple vista. Blancos, a parte de De Groot el holandés y yo, no he visto.
Quizás abandone el camión, y busque un método más lento pero seguro de moverme sin llamar la atención.
Mañana en Greenville, me darán papeles "oficiales". Pero la duda es si estaré a tiempo en el mercado de Greenville, para recogerlos.
De momento, parado en esta gasolinera, respiro polvo mientras mi borracho camionero, gesticula en una caseta de madera, que debe de ser la oficina de Shell en esta estación...
Huele a naranja y a carbón.
miércoles, 15 de diciembre de 2010
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
2 comentarios:
Acuerdate de pillarme un par de esas sotanas multicolores y un kalashnicov.
Si te veo apostado en el tejado del Bla Bla Bla, con la "sotana africana" y el kalashnicov, apuntando a los guiris, no me perdonaría jamás. Lo siento pero he de decir que no.
Publicar un comentario