Nunca tan poco movimiento, hizo tanto daño.
Ella, sentada en la butaca al lado del teléfono, miraba las olas tras el cristal aún empapado por la lluvia. Su mirada fija en un punto lejano, no veía los matices del paisaje que se le presentaba delante.
No sonaba ninguna de esas llamadas esperadas. Y sus ojos se tornaban más tristes si cabe, cada hora de la tarde que pasaba.
Oscureció, y con la noche llegó el frío. Otra clase de frío distinto del que sentía en su corazón.
Contaba con que le tendieran una mano, con que no supusiese un esfuerzo para nadie el contar con ella, en estos momentos de cambio. Esperaba una charla tras una tarta de chocolate, unas risas tras unos vasos de ron, unas miradas tras una noche de fiesta.
Pero no la llaman. Y ella, aún sabiendo que debe descolgar el aparato y marcar, de momento, no lo hace. Pero sus labios dicen a quien los sepa leer, -llamadme, os necesito ahora.
Yo siempre estaré mirándola tras el cristal mojado, debajo de la lluvia, desde fuera. Y un día el teléfono sonará, y diré tan sólo: me abres?
miércoles, 13 de octubre de 2010
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