martes, 19 de febrero de 2008

La Huida II

Tras su primera noche, solo, amaneció frío y cansado. La tabla de madera sobre la que había intentado transformar una noche a la intemperie en una velada junto a las estrellas, se le clavaba en la cadera y no permitía grandes sueños.
El ábol más alto del parque se convirtió en un váter vivo. Mientras meaba contra la corteza ajada, observaba las hormigas madrugadoras subiendo a la copa en un reguero de patas y antenas perfectamente alineado. Desde niño, había contemplado a los animales, en su tranquila existencia. Pensando siempre ser uno de ellos. Pertenecer a un grupo vivo, sin ataduras inservibles. Simplemente, despertar y buscar comida. Aparearse y descansar. Nacer y morir, con un lapso de tiempo en el medio para, simplemente, vivir.
Cogió la mochila y caminó bajo el sol, en el parque. Se sentó en un banco a fumar un pitillo y observar a la gente pasar. Ese era uno de los pocos proyectos que quería llevar a cabo en su huida. Mirar a la gente. Aprender de lo que su cabeza imagine que hace cada uno. Hacia donde se dirigen. Con quién viven. Donde trabajan. Por qué están allí.
El poco dinero que le quedaba, estaba destinado a comer. Si sabía racionarlo, duraría dos o tres semanas. Y después tendría que luchar de nuevo. Tendría que ser un animal y buscar comida. Se convertiría en un depredador o en un oportunista. En un recolector o en ladrón por necesidad.
Se adentró en las calles. Cruzó plazas y llegó al final del pueblo. Un límite natural. La costa. Un paseo marítimo, dominguero y pretencioso, se abría ante él. A su lado el mar.

1 comentarios:

Tonylopex dijo...

Mola, y espero que al final se pille unas olillas no?