miércoles, 20 de noviembre de 2013

Don Diablo

Esta noche el diablo ha entrado en mi cabeza. En cuanto me ha visto allí dentro, ha salido por el oído derecho "a fume de carozo", que decimos en mi país.
Y es que, dentro de ese círculo deforme al que llamamos cabeza, es donde habita todo. Así, ese pobre fantasma ha dejado un olor a azufre nauseabundo, pero al ser un ser imaginario y encontrarse con su verdadero hacedor, le han entrado unos temblores malsanos, y sin dudarlo se ha ido a buscar setas. Podría decirse que vio a dios. Y creedme que yo dios, visto por dentro debo de asustar todavía más que en mi deforme forma visible.
Al estar todo contenido en nuestra masa cerebral, es sencillo ser dios, sin comprometer mucho la integridad del bien ajeno. Y teniendo en cuenta que los ajenos, cada uno de ellos son dioses también en su interior, se demuestra la multideidad de la humanidad. Eso sí, en un estado íntimo, hondo, personal y entrañable.
Llegado a este punto, cada divinidad tiene su propio código. Tiene establecido que está bien y que está mal. Cuando algo está bien, y cuando está mal y es divertido. Incluso quien es bueno y quien es un enorme cabrón con intereses ocultos.
Así sea entonces! Existen infinidad de mandamientos, reglas, códigos y preceptos distintos. Y la pregunta es, como karallo vas a convertirte en un santo, o puro inocente ser para todos los demás individuos? Pues es imposible. Todos somos pecadores, infieles y culpables para unos u otros. Cuanto antes lo descubráis mejor. No se puede ser un bienaventurado a ojos de todos esos dioses. Intentarlo es, para mi, una grosería. O más bien, hablando del tema que hoy nos ocupa, una blasfemia.
Existen quienes creyéndose hacerse a un lado siempre, intentan comulgar con todos. Pero al final, eso es escoger también, y arderán en algún fuego eterno por su intento fariseo de santidad universal.
Y aquellos que siendo fieles a su doctrina interior, actúan en consecuencia, son los ultrajados mártires supremos. Esos que asustan por su sinceridad y que se exhiben en plaza pública, como aviso hipócrita de transgresión al bienestar común. Falso estatu quo en el que habitan los todopoderosos. Esos que son mayoría, y que como mayoría imponen una doctrina común consensuada de cara al exterior, pero que se revuelca lujuriosa con sus pensamientos privados más lúgubres y tenebrosos.
Así damos a luz y concebimos nuestro mundo real. El día a día que nos aplasta como una losa granítica, no es más que el resultado de una lucha interna entre el dios que creemos ser, y el diablo que intentamos enterrar entre el lóbulo frontal y el hipotálamo, con escaso éxito.

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