Parecía una montaña inamovible y resultó no serlo.
El viento y el agua horadaron grandes surcos y arrastraron guijarros y polvo más allá del valle. Los depositaron en la costa, y el día del juicio ya no dejaban ver el mar. Un enorme mar desconocido, libre y cautivador, como la manzana famosa.
Los terremotos se sucedían, y tan sólo el big one faltaba para desmoronar la cima y sepultar los tesoros que se ocultaban en el interior de aquella montaña para siempre.
La preciosa colina verde se había convertido en una montaña vieja y peligrosa, que atrapaba en su propia masa todos los recuerdos y los sueños que una vez, la hicieron crecer.
Las nubes la ocultaban con cierta frecuencia, y la nieve enfriaba sus alturas haciéndola insoportablemente desapacible.
Nadie quería pasear por sus laderas, y mucho menos subir a la cúspide. Solitaria entre la multitud, sin sentido de seguir siendo una montaña muerta, observaba los amaneceres mientras recordaba las tórridas puestas de sol de los buenos tiempos.
¿Dejarse ir con el río poco a poco para desaparecer en el flujo infinito y dispersarse eternamente, o desmoronarse al fin y conformar nuevos cúmulos con vistas inéditas y perspectivas diferentes al valle?
Y pasaron años que parecían siglos, y siglos como milenios, y miles, millones, billones de litros de agua, con incontables días de viento devastador que afilaba las aristas, grabando el sufrimiento en la roca.
Y la montaña, que no era tan firme ya como en su juventud, se tambaleó y finalmente...............
jueves, 12 de febrero de 2015
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
0 comentarios:
Publicar un comentario