Descendió. Y en el descenso se apartó de cuerpos que ascendían ya inertes por el lúgubre pasadizo.
Música en los oídos y sangre en la nariz. Sudando frío y apartándose la camiseta empapada del cuerpo, una y otra vez.
Besos en cada recodo. Desconocidas figuras lo abrazaban, y arañando su espalda, retorcían sus gestos mientras apretaban los cuerpos a su entrepierna, como deseando correrse en el estertor final. Agonía, jadeo, opresión.
Se canso de bajar, de morder labios rotos y de sortear restos humanos. Se cansó del compás y la sangre coaguló, y cerró las heridas. Y la experiencia quedó así atrapada en sus venas, viajando por el torrente vital. Derramando sueños y ansias. Cubriendo con el velo alucinógeno del falso placer, el rutilante decaimiento de un ser excepcional, que un día atrapó una estrella de fuego y no supo soltarla sin arder.
lunes, 17 de marzo de 2014
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