Entonces el bicho me miró, y con sorna le dije: -No me toques más los huevos y desaparece. Será lo mejor para los dos.
Haciendo caso omiso de mi intento de acuerdo, ahondo sus patas entre mis pelos, y mordió cojón e ingle a la vez.
Levanté el brazo y golpeé. La primera vez no acerté en el blanco, y un enorme moratón apareció rápidamente en mi muslo. Pero la segunda vez el golpe con el secador fue certero. En el mismo centro de la bolsa escrotal.
Tirado en la alfombra, ya casi perdiendo el conocimiento, descubrí a un lado el secador destartalado, y al otro entre mis dedos que trataban en vano de sujetar los cojones destrozados, al bicho que sin perder un segundo volvió a morder. Esta vez el capullo era su diana, y yo acabé por desmayarme no sin antes soltar un pequeño alarido chirriante y gutural, seguido de un: - Serás cabrón!!
miércoles, 31 de octubre de 2012
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